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Versión del mensaje de la senadora Olga Sánchez Cordero, presidenta de la Mesa Directiva del Senado de la República, en la Reinauguración del Recinto Parlamentario de Palacio Nacional.  

Señor presidente, Andrés Manuel López Obrador. 

 

Señora Beatriz Gutiérrez Müller. 

 

Honorables integrantes del Presidium. 

 

Queridísimo auditorio. 

 

Muy buenos días. 

 

Estar ante ustedes esta mañana, para mí representa un triple honor, de acompañar, de estar con el presidente Andrés Manuel López Obrador. En primer lugar, por el valor de este recinto y lo que representa para quienes conocemos su historia, entretejida por aquellas personas a quienes les tocó construir y consolidar nuestra independencia y el proceso histórico-político que entrelaza a las primeras dos grandes transformaciones del país. 

 

En segundo lugar, porque como mujer, al recordar y hacer consciencia de que hace dos siglos las mujeres no podíamos ni siquiera entrar a este espacio, en el que hoy tengo el orgullo de compartirles este mensaje, necesariamente nos mueve a ver en perspectiva que los cambios por hacer una sociedad paritaria, necesitan acelerar el paso y apuntalar hacia el reconocimiento de todos los derechos para todas las mujeres. 

 

En tercer lugar, porque tengo el privilegio de que esta restauración y reapertura, es parte de un gran proyecto que ha impulsado el señor Presidente de la República en todo el Palacio Nacional, y que terminará siendo una acción de gobierno histórica, en beneficio de la preservación del patrimonio del pueblo de México, como a partir de hoy será la Exposición “México en sus Constituciones”. 

 

Además de estos tres motivos personales, para quienes nos preciamos de ser herederas y herederos de la tradición liberal, demócrata y humanista; que refundó al Estado Mexicano en la segunda mitad del siglo XIX, resulta un gran honor formar parte de la reapertura de este Salón de Congresos o Recinto Parlamentario, impulsada por nuestro Presidente, gran, gran conocedor de la historia nacional. 

 

Fue precisamente un 22 de agosto, de 1872, cuando la República dejó de hacer resonar al interior de estos muros las ideas que definieron al Estado Mexicano. Esto, debido a que un fuego, quizá premonitorio de la etapa dictatorial que se avecindaba, destruyó el Salón original sede del Congreso desde 1829, hasta 1872, más de 40 años. 

 

Hasta el momento del incendio de este Salón de Sesiones y desde 1824, el Palacio Nacional había sido sede de los tres Poderes de la Unión, intención que se materializó hasta 1829, con la edificación de este recinto, que alojaba la Cámara de Diputados. Mientras que el Senado sesionaba en la Capilla de los Virreyes, ubicada también en este Palacio Nacional. 

 

En este recinto, se expresaron y se construyeron proyectos de nación, fórmulas de gobierno, marcos legales, propuestos por las corrientes extrema y moderada, tanto de las fuerzas conservadoras como del liberalismo humanista del siglo XIX. 

 

En este recinto, se gestaron los dolores de parto del país, entre los movimientos pendulares de dos generaciones que se enfrentaron al interior de estos muros, y en los campos de batalla, para definir el rumbo que debía seguir el México independiente y soberano. 

 

Sobre la pertinencia de un sistema federal o de un sistema centralista, de un Estado laico o de un confesional; de un sistema de estamentos o uno con una perspectiva de igualdad ciudadana ante la ley. Esto, aunque lamentablemente en ese entonces no todas y todos fuéramos iguales pues, precisamente el reglamento para el gobierno interior de la Cámara de Diputados, prohibía el acceso de las mujeres a las sesiones del Congreso; pues las mujeres no sólo no poseíamos derechos políticos, sino ni siquiera se consideraba relevante que estuviésemos informadas de los asuntos públicos. 

 

Así era ese contexto. Aunque voces como la de Guillermo Prieto, Ignacio Ramírez, Francisco Zarco, tuvieron el valor de plantear algunos aspectos del debate de este tipo de injusticias, a lo largo de sus vidas. 

 

En este recinto, los universos de pensamiento chocaron en innumerables temas y momentos, propiciando la marcha de estos pasillos, de las figuras más relevantes que aquí estaban del sistema político mexicano del siglo XIX.  

 

Así, resonaron entre estos muros, los ecos del fracaso del primer federalismo, las coyunturas políticas que dieron lugar a las constituciones centralistas de 1836 y de 1843. La restauración constitucional, en 1848, tras la invasión estadounidense. 

 

Fue bajo los 33 rayos del sol de mediodía, fijado en este recinto, donde se recibieron las noticias de las invasiones y de las guerras, en las que perdimos nuestra aspiración de ser un país próspero, al margen de los intereses de las grandes potencias, y en donde nos despojaron mediante una guerra de conquista, de la mitad del territorio nacional. 

 

Pero también fue, bajo el ojo de la sabiduría que cubre este histórico espacio, donde esas pérdidas se convirtieron en el nacimiento definitivo de nuestro país. 

 

Después de las tragedias, México se convenció de que su renacer debía ser liberal, federalista, republicano y democrático. El resurgimiento exigía separar la Iglesia y al Estado; acabar con los fueros y privilegios de la Iglesia y el Ejército; garantizar la supremacía del Estado laico y la igualdad de todas y todos ante la ley. 

 

El debate sería entre un liberalismo moderado, preocupado por una democracia ilustrada; y un liberalismo radical, que proponía una democracia universalista, concentrada en abatir la miseria y en redimir a la población indígena. 

 

En este contexto y a la caída del General Antonio López de Santa Ana, estos muros alojaron las discusiones por una nueva Constitución, y escucharon retumbar la voz de un joven llamado Ignacio Ramírez, apodado el “Nigromante”, que pedía al Constituyente lo siguiente:  

 

Inicio de cita: “Formemos una Constitución que se funda en el privilegio de los menesterosos, de los ignorantes, de los débiles, para que de este modo mejoremos nuestra raza y para que el poder público no sea otra cosa más que la beneficencia organizada”, fin de la cita. 

 

Ignacio Ramírez también exigió en este recinto que la Constitución no olvidara los derechos sociales de la mujer ni la de los niños, los huérfanos, los ancianos, los hijos naturales, los débiles y los menesterosos.  

 

Propuso hacer de los indígenas ciudadanos y acabar con la servidumbre de los jornaleros.  

 

Sus posturas en estos y otros temas, fueron compartidas por otros extraordinarios patriotas, como Melchor Ocampo, Guillermo Prieto, Luis Ignacio Vallarta, entre otros.  

 

Juraba la Constitución el 5 de febrero de 1857, este recinto también dio resguardo a los debates sobre las leyes que fueron haciendo viable la implementación de la Constitución. 

 

La reconstrucción del país tras la guerra fratricida de los tres años, la restauración de la República tras la derrota del imperio y la incorporación a la Constitución de las Leyes de Reforma.  

 

El recinto se incendió semanas después de la muerte del Presidente Benito Juárez, pérdida que se sumó al vacío que quedó con los decesos de figuras como Valentín Gómez Farías, Francisco Zarco, Ponciano Arriaga, Melchor Ocampo o Santos Degollado; y, en esa coyuntura que dirigía nuestra República, profundizar la inestabilidad o entregarse a una nueva tiranía. Esa era la coyuntura. 

 

Así se cerró ese periodo de luces liberales que no sería reabierto sino hasta 1917, en el contexto de la tercera gran transformación del país.  

 

Y que hoy, en esta reapertura, nos recuerdan nuevamente la importancia de la coyuntura que vivimos; una coyuntura en la que, como en el siglo XIX, la realidad nacional nos exige actuar y nos vuelve a recordar que no hay libertad sin democracia ni democracia sin libertad.  

 

Y que, como dijo alguna vez Ponciano Arriaga en este mismo recinto, inicio la cita: “El pueblo no puede ser libre ni republicano, y mucho menos venturoso por más de 100 constituciones y millares de leyes que proclamen derechos abstractos, teorías bellísimas pero inaplicables. En consecuencia, del absurdo sistema económico de la sociedad”, fin de la cita. 

 

México vive una cuarta oportunidad para consolidar su independencia y su papel en el concierto de las naciones. Esta oportunidad radica en seguir avanzando en la progresividad de los derechos, en defender nuestra democracia; pero también, y quizá de manera más importante, en eliminar la enorme brecha de la desigualdad que priva en nuestro país desde siempre, y que en las últimas cuatro décadas se profundizó con dimensiones históricas, como consecuencia de las políticas neoliberales. 

 

Adicionalmente, otro recordatorio que nos brinda la historia, que se respira en este recinto, es que debemos olvidar mezquindades, mezquindades partidistas. Las metas y los objetivos que tenemos en el horizonte no han sido alcanzados por las generaciones anteriores porque la división, el priorizar el interés personal sobre el bienestar nacional, las contradicciones y la corrupción han sido elementos que han impedido concretar esos anhelos transgeneracionales de democracia y libertad, justicia e igualdad. 

 

Termino mi mensaje agradeciendo la oportunidad de compartir estas reflexiones en esta fecha tan importante y en un espacio tan relevante para nuestra historia.  

 

Y recuerdo una advertencia que el gran Francisco Zarco vertió entre estos muros y que en estos tiempos decisivos para el país se actualiza nuevamente.  

 

Inicio la cita: “Bien lo sabemos. Si un día resucita la reacción, intentará destruir cuanto hayamos hecho. Pero para ese caso, que es muy remoto, porque el país ha progresado en su adhesión a la libertad, porque los elementos de la reacción son cada día más débiles, para ese caso que podamos alejar, si nos mantenemos firmemente unidos, dejemos realizadas las reformas, dejemos los hechos consumados, que no puedan destruir esta revolución”, fin de la cita. 

 

Esta reflexión de Zarco se hace hoy más vigente que nunca.  

 

El señor Presidente Andrés Manuel López Obrador ha realizado reformas, está consumando los hechos para que no destruyan esta gran Cuarta Transformación de la vida pública de nuestro país. 

 

Honorable auditorio, la salud de la democracia depende hoy en gran medida de la intensa, benéfica y respetuosa relación entre los poderes públicos. 

 

Debemos apostar por la colaboración entre los poderes y las instituciones del Estado Mexicano, aprendiendo precisamente de esas generaciones del siglo XIX en las que las disputas y divisiones propiciaron las grandes catástrofes de nuestro país. 

 

Es tiempo de seguir dando pasos en el desarrollo de nuestras instituciones, pasos que garanticen no tener retrocesos en la progresividad de los derechos y la justicia social.  

 

Sigamos avanzando en esta Cuarta Transformación de la República. 

 

Muchas gracias.