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Versión estenográfica de las palabras de la senadora Ana Lilia Rivera Rivera, presidenta de la Mesa Directiva del Senado de la República, en la conmemoración del 70 Aniversario del voto de las mujeres en México “Del sufragio a la paridad en acción”, que se llevó a cabo el pasado 17 de octubre. 

 

 

 

Muy buenos días a todas y todos. 

 

Saludo con mucho cariño y respeto a este extraordinario presídium.  

 

No nombraré a cada una, ya hemos sido nombradas. Muchas gracias. 

 

Y también saludo a todas y todos los que están aquí, porque cada una de ustedes también representa una parte de esa lucha en México que sigue resistiendo y que está viva. 

 

¿Por qué estamos aquí? 

 

Por las que lucharon, por las que luchan y por las que seguirán luchando. 

 

¿Por qué estamos aquí? 

 

Por las que fuimos, por las que somos y por las que seremos. 

 

Claro, son tiempos de las mujeres. Son tiempos de acciones. 

 

Pero, muy bien me lo acaba de recordar en este momento Leti, también son tiempos de definiciones. 

 

No por ser mujeres y tener hoy el gran derecho de la paridad y ejercer el poder las mujeres, nos implica no tener diferencias profundas, donde lo importante de las definiciones es: ¿Para qué queremos el poder? ¿En favor de quién lo vamos a ejercer? Y romper para siempre con el ejercicio patriarcal del poder. 

 

Las mujeres gobernamos con la cabeza, con el corazón y con el carácter. 

 

Y, dos cosas son las que nunca debemos olvidar: combatir en todo momento la corrupción y combatir en todo momento la discriminación; porque al poder debemos llegar todas las de abajo, las de en medio y las de arriba. Pero las de abajo tienen que ser la prioridad, porque siempre hemos sido las invisibles. 

 

Ofrezco mi más sentida gratitud al Instituto Nacional de las Mujeres, en particular a la Presidenta, por su generosa invitación. 

 

Estoy convencida de que el voto femenino ha sido una de las grandes causas, no solamente de las mexicanas sino de las mujeres en el mundo.  

 

Quiero aquí comentar dos experiencias que acabamos de vivir, porque es importante que, más allá de la implicación que este día nos lleve a reflexionar en México, lo que representamos las mujeres en el mundo, de México. 

 

Acudimos hace unos días al Parlamento Europeo y, en este parlamento, el discurso que más se escuchó fue el de las mexicanas. Cómo logramos la paridad, cómo logramos la representación de los partidos, cómo logramos instituciones que nos reconozcan y nos respeten. 

 

Y, el 13 de noviembre, vendrá a México un grupo de parlamentarios de Europa para reproducir en sus legislaciones el ejercicio que en México es ya una realidad. 

 

Somos un ejemplo de democracia y somos un ejemplo de ciudadanía plena de las mujeres. 

 

Y recién acabamos de llegar en la madrugada del día de hoy.  

 

Nuestra querida presidenta Marcela, de la Cámara de Diputados y su servidora, estuvimos en la reunión del Grupo de Parlamentarios de los Veinte. 

 

Los 20 países más ricos del mundo, las más grandes economías y las economías emergentes reunieron a sus parlamentarios para discutir el avance de la Agenda2030. 

 

Pero, quiero decirles, en este lugar las mexicanas fuimos las únicas que representamos ambas Cámaras, la Cámara Alta y la Cámara baja. Las únicas.  

 

Y quiero decirles con toda humidad, que, cuando hemos llegado a la india y hemos sido entrevistadas y han escuchado lo que hemos hecho las mujeres en México, simplemente nos convertimos la diputada y su servidora en una celebridad; porque no es fácil, sobre todo en los lugares donde hay una injerencia tan directa y tan dura de las religiones, la que más impide el avance de los derechos de las mujeres.  

 

Eso es importante. El saber que hoy las mexicanas somos un referente en el mundo.  

 

Un referente tan importante que nos permite decir, desde México, para empoderar a las mujeres nadie se queda atrás, nadie se queda afuera y empujamos desde aquí a las mujeres de todo el mundo; porque la revolución femenina es la revolución más grande de la historia de la humanidad y no ha terminado. 

 

Queridas amigas, queridos amigos: 

 

Hoy conmemoramos 70 años del derecho al voto de las mujeres. 

 

Espero con ansias las celebraciones que este tiempo histórico en el que las mujeres integramos paritariamente las Cámaras del Poder Legislativo, nos ha hecho presentes. 

 

Ocupamos la titularidad de la Suprema Corte, el máximo órgano electoral, la máxima casa de estudios; y, por fin, por fin, vamos a ocupar la Presidencia de la República. 

 

Esta conmemoración se empata con un momento inigualable en historia de nuestro país; uno que nos llena de orgullo y emoción, pero también de inmensa responsabilidad, porque las mujeres que recibimos la confianza ciudadana a través del voto, tenemos que hacerle saber a cada mujer y a cada hombre que hizo ese voto por nosotros, que sí hay diferencia, que su esperanza tiene alas, y nosotras venimos a romper con esas alas todos los techos que nos han impuesto. 

 

Pero no basta con quedarnos en la exaltación de las virtudes del derecho a votar pues, por más que estemos convencidas de que aquel es una de las armas más potentes del pueblo, echar las campanas al vuelo y cruzarse de brazos sería un error que no tardaría en pasarnos la factura. 

 

La democracia no es un fin en sí mismo, sino un continuo, que requiere de resultados palpables, porque la sombra del desencanto, la apatía yace siempre amenazante y lista para abrirse paso al autoritarismo y a la frivolidad política. 

 

El sueño democrático no puede quedarse en las glorificaciones del medio, si no nos aseguramos de alcanzar su fin. 

 

Votar es una victoria por sí misma, pero no basta para garantizar la igualdad, la justicia ni el bienestar de las personas. 

 

Votar dentro de un sistema injusto, excluyente u opaco, nunca derribará el sistema. 

 

Nos toca decidir qué vale la pena mantener de nuestro sistema electoral y qué requiere expandir nuestra imaginación para lograrlo políticamente. 

 

No tengo duda que, desde el Primer Congreso Feminista de Yucatán en 1916, las mujeres seguiremos siendo defensoras aguerridas de la democracia. 

 

Las mujeres seguiremos siendo defensoras aguerridas de la igualdad y de la justicia. 

 

Es muy alentador, por ejemplo, que en los últimos procesos electorales las mujeres hayamos votado más que los hombres; y que, al mismo tiempo, este voto haya llevado a más mujeres a puestos de decisión. 

 

Ambos casos me parecen profundamente significativos, pues, parafraseando a la sufragista británica Emmeline Pankhurst, una vez que las mujeres nos convencimos de que estamos haciendo lo correcto y de que nuestra rebelión es justa, continuemos con ella sin importar las dificultades, sin importar los peligros. 

 

Siempre habrá una mujer viva para sostener la bandera de la rebelión y nuestra rebelión está más viva que nunca. 

 

Nos quedan aún las batallas más duras por alcanzar. 

 

La paridad en el sector privado.  

 

Nos falta consolidar un sistema de cuidados que nos libere de pesos, pero sobre todo de culpas.  

 

Nos hace falta conseguir la igualdad salarial para todos los campos; y, sobre todo, tenemos el enorme desafío de erradicar todos los tipos de violencia contra nosotras. 

 

Todo contra las más pobres, las indígenas, las transexuales, las campesinas, las marginadas y las reiteradamente excluidas. 

 

Distinguido auditorio: No hay marcha atrás. 

 

El derecho del voto de las mujeres y el enraizamiento del principio de paridad en el poder, está destinado a ser el binomio que revolucionará la historia de México. 

 

¡Que viva la democracia paritaria! 

 

¡Que viva la ciudadanía plena de las mujeres! 

 

¡Que viva la revolución de las conciencias en México! 

 

¡Y que viva la transformación para siempre! 

 

Muchas gracias.