Versión estenográfica de la participación del senador Ricardo Monreal Ávila, presidente de la Junta de Coordinación Política del Senado de la República, en el Acto de Conmemoración Anual en Memoria de las Víctimas del Holocausto y en recuerdo de Don Gilberto Bosques Saldívar, en la Antigua Casona de Xicoténcatl.
Muchas gracias.
Sean todas, todos bienvenidos a esta Antigua sede del Senado de la República.
Saludo en primer término, a la Presidenta de la Mesa Directiva, la senadora Olga Sánchez Cordero. Bienvenida.
Saludo afectuosamente, al arquitecto Marco Chabot, presidente del Comité Central de la Comunidad Judía en México.
A los embajadores, a Maciej Zietara, de Polonia. Bienvenido.
A Peter Tempel, de Alemania.
A Zvi Tal, de Israel.
A Jean-Pierre Asvazadourian, de Francia.
Al señor Gilberto Bosques Tistler y a la familia de don Gilberto Bosques Saldívar.
A mis compañeros senadores, senadoras, y a la senadora Xóchitl, y a todos los que hoy nos acompañan por la vía digital.
También vi a varios amigos de la comunidad, a la Presidenta del Tribunal Agrario. A todos les expreso mi respeto.
A Leo Zuckermann también, bienvenido, periodista honesto de este país.
La memoria es algo frágil. A veces caprichosa, pero siempre necesaria.
A 77 años de la liberación de Auschwitz, quienes sobrevivieron el Holocausto y fueron la memoria viviente de la ahí acontecido, en su mayoría ya no están con nosotros. Ya no están con nosotros, para seguir estimulando nuestras consciencias.
Por ello, las conmemoraciones del Holocausto son fundamentales y las instituciones como el Senado de la República en México, deben ser portadoras de la llama de la memoria.
También corresponde a instancias, como la Cámara Alta, asegurar que crímenes como los del Holocausto, nunca más se repitan.
Después de todo, esto que no se perpetró en la oscuridad de la Edad Media o en un Continente salvaje; sino en el corazón mismo de Europa, en la Alemania de Goethe, de Schiller, de Beethoven.
El Holocausto no fue liderado por las masas, fueron las élites, las élites de todas partes: las académicas, que encendieron el fuego; la de los doctores más prominentes; las filósofas, filósofos mal renombrados; muchas de las mentes más preclaras se sumaron con entusiasmo al Partido Nazi.
En la Conferencia de Wannsee, donde se decidió la solución final, la mitad de quienes se sentaron alrededor de la mesa eran médicos; y ellos determinaron que había que exterminar a los 11 millones de personas judías de Europa.
Entre más leo sobre el Holocausto, más constato la necesidad de contar con leyes que defiendan los derechos humanos de todas las personas. Las atrocidades del Holocausto son un recordatorio para los senadores y las senadoras; pero también una exigencia para seguir construyendo un cuerpo normativo que combata la discriminación de cualquier tipo; que proteja los derechos humanos, que resguarde la diversidad y que lo haga con celeridad.
El ejemplo de quienes, como don Gilberto Bosques, aun a costa de estar en riesgo su integridad física, pusieron sus servicios a favor de la vida y la dignidad humanas. Ese ejemplo nos impulsa a coincidir en la diversidad, para seguir construyendo el marco jurídico que brinde certeza y justicia a quienes la reclaman.
La realidad es que en México en muchas ocasiones parece que la justicia se olvida o ha sido la gran olvidada, ya sea por falta de medios materiales o de recursos económicos, o por una cuestión de organización dentro del aparato jurisdiccional, o por el aumento de la interposición de procedimientos; y lo más grave, por la enorme corrupción que permea en los tribunales locales, las fiscalías y los ministerios públicos.
Lo cierto es que nuestra justicia se ha caracterizado por presentar retrasos alarmantes.
Este escenario recurrente está socavando nuestro Estado de derecho, menguando los derechos y las libertades de la población y reduciendo los estándares de la competitividad en nuestro país.
La justicia no debe ser para unas cuantas personas sin erigirse como una auténtica necesidad y un legítimo derecho de todas y de todos.
Por el tema que sea, tarde o temprano las mexicanas y los mexicanos tocarán o tocaremos las puertas de la justicia buscando la protección de nuestros derechos.
En tal sentido, como en toda democracia, debemos construir un Estado de derecho robusto, firme, en el que las leyes sean eficaces, observadas y aplicadas; que den certeza jurídica en el ejercicio de los derechos y el cumplimiento de las responsabilidades, en el marco de una auténtica división de poderes, en el que cada uno de éstos goce de independencia.
En el que el poder público sólo pueda ser aquello que la ley le faculte y las personas gobernadas puedan realizar todo lo que no les ha sido expresamente prohibida o prohibido para su convivencia en la sociedad; y en el que, si los derechos de las personas son violentadas, existan mecanismos ágiles para subsanar las afectaciones producidas.
Un Estado de derecho sólido es el que la justicia jamás supedita a la política, y menos a caprichos y odios personales de caciques locales.
Resulta difícil aceptar que a 77 años del holocausto el antisemitismo y otras ideologías xenófobas estén reviviendo en el mundo.
Frente a las injusticias y a las tropelías, no podemos actuar con neutralidad ni con tibieza; tampoco de manera tardía.
En el caso del Holocausto, la justicia llegó tan tarde que no fue capaz de impedir la muerte de seis millones de personas; entre ellos, un millón de niñas y niños.
Tenemos que colocarnos siempre en el lado contrario al de los opresores con contundencia, con presteza, sin contemplaciones. No se defiende a alguien por su filiación política, su religión o cualquier otra condición, sino por el mero hecho de impedir que sus derechos sean ignorados y su condición humana vulnerada, especialmente por las autoridades que deben protegerlos.
El filósofo Karl Popper, se pregunta si debemos tolerar la intolerancia; su respuesta fue un no contundente. Y aseguró que si extendemos la tolerancia ilimitada, aún aquellos que son intolerantes, si no nos hallamos preparados para defender una sociedad tolerante contra las tropelías de los intolerantes, el resultado será la destrucción de todos, y junto con ellos de la tolerancia.
Como senadores, como senadoras tenemos la gran responsabilidad de no guardar silencio al encontrarnos con actos que no se pueden tolerar ni repetir, pero también la de construir las leyes que eviten que estos crímenes se vuelvan a cometer.
No podemos cambiar el pasado, afirmó el rabino Jonathan Sacks, pero si nos negamos a olvidarlo, podemos cambiar el futuro. No nos podemos olvidar de todo esto que nos agredió y nos sigue agrediendo, como si ayer u hoy estuviera sucediendo.
Y yo agregaría: Si construimos un Estado de derecho sólido sí podemos cambiar el futuro de México.
Muchas gracias.
Bienvenidos y bienvenidas todas.